Facundo Cabral y muchos otros trovadores están almacenados en mi memoria emocional como la música que tantas noches nos arruyó en casa. Para mi las serenatas no se pagaban, se recibían, se cosechaban, igual que esas familias que tienen árboles en sus jardines y de vez en cuando van y colectan un durazno recién cortado, nosotros íbamos a la sala y escuchábamos a mi padre darnos su voz en fruto, madura, dulce, deliciosa.
De vez en cuando me da por cantar, y ocasionalmente un trocito de tu voz se cuela en la mía y entonces me alegro.
En una de esas me lees papá, y sabrás que si hay algo que extraño, son esas noches de tu voz retumbando en cada pared de la casa. Así que cuando vienes a esta, tu otra casa, donde vivo con mi esposa, escucharte cantar y bañar estas paredes con tu voz, es como dejar sembrado un árbol que me seguirá a donde vaya.
P.D. Con pesar me entero de la muerte de Facundo en la ciudad de Guatemala, este 9 de julio. Ha muerto si, y le extrañaremos, pero no dejemos de cantar.